Ignoro con certidumbre el efecto, si existe alguno (y sí que debe existir), que produce el excesivo calor ambiental, en las actividades cotidianas de las neuronas. Sin embargo, todos hemos podido verificar las repercusiones que se presentan irremediablemente, en esos días en que la temperatura alcanza esas cifras estupefactas y rencorosas—que, hay que aclarar, son diferentes para cada quien, dependiendo del lugar de residencia del individuo particular, y por lo tanto, de su resistencia a dicho fenómeno metereológico. No hablo entonces de los obvios efectos fisiológicos que con prontitud hacen mella en el organismo, tales como el sudar, o la baja resistencia a cualquier desempeño físico, sino de los efectos, digamos de carácter intelectual, que comienzan a menguar nuestra capacidad para llevar a cabo las tareas mas nimias que requieran del mas mínimo accionar de nuestra materia gris. Es decir, ese sensible aletargamiento de nuestra capacidad pensante que ocurre en dichas ocasiones, no es mera casualidad, sino producto de ese virulento calor que misteriosamente ataca no sé qué importante mecanismo esencial para el adecuado funcionamiento de las células del cerebro.
Continuará… (mis neuronas no dan para más el día de hoy)
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