Thursday, July 21, 2011

In-tu-ir --viajar hacia adentro

Intuición; eso quizá sea la poesía. Un paréntesis que no se cierra es una voz que habla entre sueños, o un niño meciéndose en un bosque. A veces los días pasan de esa manera particular; a veces vemos montañas muy juntas, como mirándose de frente bajo cielos de un azul muy verde. Intuyo ceremonias antiquísimas, donde en algún momento se profesaron palabras fundamentales que ahora son viento. La intuición es algo misterioso que surge de muy dentro. La poesía debe de ser eso, y también el paso del tiempo.  

Wednesday, July 20, 2011

Calor, calor - y sus efectos

Ignoro con certidumbre el efecto, si existe alguno (y sí que debe existir), que produce el excesivo calor ambiental, en las actividades cotidianas de las neuronas. Sin embargo, todos hemos podido verificar las repercusiones que se presentan irremediablemente, en esos días en que la temperatura alcanza esas cifras estupefactas y rencorosas—que, hay que aclarar, son diferentes para cada quien, dependiendo del lugar de residencia del individuo particular, y por lo tanto, de su resistencia a dicho fenómeno metereológico. No hablo entonces de los obvios efectos fisiológicos que con prontitud hacen mella en el organismo, tales como el sudar, o la baja resistencia a cualquier desempeño físico, sino de los efectos, digamos de carácter intelectual, que comienzan a menguar nuestra capacidad para llevar a cabo las tareas mas nimias que requieran del mas mínimo accionar de nuestra materia gris. Es decir, ese sensible aletargamiento de nuestra capacidad pensante que ocurre en dichas ocasiones, no es mera casualidad, sino producto de ese virulento calor que misteriosamente ataca no sé qué importante mecanismo esencial para el adecuado funcionamiento de las células del cerebro.

Continuará… (mis neuronas no dan para más el día de hoy)

Tuesday, July 19, 2011

Fragmentos de algo

Capitulo 1

— ¿Cuál es su nombre?
― Federico. Federico Márquez.
― ¿Por qué ha venido?
— Por que deseo matar a un hombre. Me dijeron que usted me podía ayudar. 
― ¿Quién es el hombre al que desea matar?


Capitulo 3

¿Qué es eso que mata?

Lo que mata son muchas cosas, sabe usted, pero no lo que la gente (o los doctores) regularmente cree que los mata. Es verdad, una bala que entra (filosa) por un ojo, resquebrajando completamente el cráneo, desgarrando todo a su paso, y que se acomoda apacible, como visita sin invitación, sobre ese órgano gelatinoso que es el cerebro, claro que sí puede producir la sensación de muerte.

Lo que verdaderamente mata son otras cosas:

El peso del frío en los huesos por la noche, por ejemplo. A veces también el dolor, aunque en menor medida. El dolor siempre llega después. En ocasiones cuando ya es demasiado tarde. Sin embargo, el dolor rara vez es lo que mata. Además puede ser reconfortante. El dolor es el cuerpo murmurándonos algo al oído. Comunicándose. Lo que mata es la agonía del dolor. El saber que el dolor ha llegado demasiado tarde. Las palabras, más bien dicho, las frases, cuando entran por la cabeza y se instalan en el corazón. La irreversibilidad del pasado. La impotencia del presente. La ignorancia del futuro. Pero nada mata más que la vida. Los días que se arrastran como culebras hambrientas en medio de un desierto insondable. Las bárbaras e inútiles guerras. Eso nos va matando de a poco todos los días. Hasta que el cuerpo dice hasta aquí, y entonces uno cree que se ha muerto de cáncer, o de pulmonía, o de un golpe en la cabeza, o hasta de un disparo.  

Mis padres siempre quisieron que yo fuera medico, pero el blanco no me viene bien, además nunca he soportado el ambiente sórdido de los hospitales. Esa gente de bata blanca…ese olor a medicinas…ese sabor metálico en la boca, bajo la lengua. Ademas es todo un espectáculo todo eso. Todo un teatro como suele decirse. Sabemos que la gente va a los hospitales a morir. A nadie le gusta ver a un familiar morir en su casa. Es desagradable. Después hay que limpiar todo con detalle y cloro; la sangre principalmente, si hubo alguna herida abierta, aunque también los orines, que regularmente sucede, aunque no lo crea, si hubo cualquier derrame. Luego las pérdidas materiales porque hay que desechar cualquier cosa que haya estado en contacto con el muertito: sabanas, cobijas, almohadas, servilletas, vasos, todo. Como si hubiera sido un leproso. Para eso están los hospitales. Yo en realidad siempre quise ser bombero. Siempre me atrajo el calor reconfortante del fuego, pero decidí ser escritor. Eso definitivamente mato a mi madre. Olvidaba eso, las noticias, cualesquiera, hasta la noticia que a primera inspección pareciese ser la mas inocente; una noticia mal dada puede tumbar a cualquiera; y por supuesto matar unos cuantos. Creo que todo es lo mismo. Todas son profesiones que prolongan la vida. Que enmascaran la muerte. A mi la muerte me tiene sin cuidado, lo que me mata, como le digo es la vida. Ese pequeño trozo de desperdicio que se nos atora en la garganta todos los días (eso es la vida).   

La medicina es una profesión detestable, eso lo saben todos. Nadie lo expresa nunca formalmente, por supuesto, no vaya ser que nos demos cuenta finalmente, o que lo aceptemos. Porque al fin y al cabo todos terminamos en un hospital algún día. Ya no sucede como antaño, desgraciadamente: la gente moría una tarde tranquilamente en su casa, después de haber planchado la ropa o hecho la comida; o sin percatarse siquiera, durante la siesta. Y era una cosa completamente natural, el morirse. Ahora ya nadie quiere siquiera escuchar la idea de la muerte, dios nos libre de semejante calamidad. 

Monday, July 18, 2011

Eso que corre

Observo un tranvía que parte. Una gigantesca puerta (o boca, u hocico) se abre a la distancia y escupe un puñado de gente apretujada, todos de negro. El ritmo estrepitoso me alcanza, casi por inercia y, sin poderlo evitar (pero también como medida de supervivencia), mi paso se hace mas ágil. Al final, sin ningún remordimiento me pasa de largo, o más bien yo me hago a un lado. Camino unos cuantos pasos fuera del enjambre y encuentro refugio bajo un cubo gigante (y esto no lo digo en sentido figurado), donde una amable banca me invita a hacer una pausa; agradezco y acepto el gesto con un fulgor en los ojos. Me siento y, frente a mí: la espalda de una antigua iglesia de ladrillo se yergue portentosa y con orgullo en toda su esplendorosa grandeza, invitando a reflexionar (finalmente algo familiar, pienso, bajo el cubo). San Francisco es una ciudad viva—murmuran después mis labios—en perpetuo movimiento (como todo lo vivo), en donde la quietud debe buscarse dentro.   

Sunday, July 17, 2011

Observaciones

El aroma del café humeante por la mañana, ese sentimiento inevitable de calor familiar, como a fogata en invierno bajo un cielo muy alto. Algo muy antiguo hay en eso.


Ese arqueo sutil de la boca, premonición de sonrisa. Algo de puente hay en eso.

Ese andar pausado de los enamorados, las manos rozándose, buscándose. Irremediablemente encontrándose. Algo de mágico hay en eso.

El tintineo de las copas en esas reuniones de entrañables amigos, en ese gesto celebratorio que presagia bienestar y fortuna. Algo fraternal hay en eso.

El abrazo de la mirada del ser amado, en ese momento importante. Algo reconfortante y muy cálido hay en eso.

Ese progresivo levantar de las voces y acercamiento de cabezas durante la sobremesa. Algo de complicidad hay en eso.

El vaivén de sombras que produce la flama de una vela, una noche apasionada bajo las sabanas. Esa danza de sombras y cuerpos. Estoy seguro, algo de harmonioso y sublime debe haber en eso.


Saturday, July 16, 2011

Homenaje a Kafka

Fue la voz lo que reconoció primero; ese tono suave y terso, como pétalo de rosa, que de súbito inundó la pieza.  Levantó la cara en espera de lo peor: la suela de un zapato en movimiento, la decidida palma de una mano, un periódico enrollado calculando el golpe que lo arrancaría de su desdicha; pero encontró otra cosa. Solo un dedo. Un pulgar extendido, dispuesto a todo. Y el eco de la voz, “no temas” repetía, “escribiré tu historia y un día el mundo recordara quien eras y entenderá tu pena y, también la mía”. El bicho asintió con la mirada y bajó la cabeza. Un silencio negro llenó la habitación. Gregorio Samsa cerró sus ojos humedecidos y apretó sus antenas. Afuera llovía. 

Friday, July 15, 2011

Palabras

Caminando sobre parajes lejanos,
entre árboles secos sin sombra.
Observo el color de las hojas vencidas,
que presurosas se lanzan hacia lugares recónditos
Siguiendo el murmuro del viento.
Allá donde se esconden los pájaros,
allá, de donde parte la niebla,
allá donde el verano se oculta y,
el otoño no llega todavía.

Wednesday, July 13, 2011

Imágenes

Los seres humanos somos irremediablemente el objeto de nuestra propia contemplación. Cuando echamos un vistazo al cielo lo que buscamos no son las estrellas, sino un reflejo de nosotros mismos (una explicación al menos). Cuando indagamos en la ciencia, el objeto seguimos siendo nosotros mismos, con una máscara cubriéndonos el rostro por temor de ser reconocidos en el intento de avizorar un ápice de nuestra esencia, en algún rincón olvidado de nuestro oscuro laboratorio interno.
Las imágenes no son otra cosa que un espejo en el que buscamos encontrar algo perdido hace mucho tiempo; algo que no reconocemos más cuando observamos esa mirada titubeante pero fija que nos devuelve, a veces, ese espejo. 

Tuesday, July 12, 2011

Here's something (or nothing)

Searching for something (not sure what, a character maybe), I wrote this in stream of consciousness style (as an exercise), in a coffee shop with the gold evening light coming in through the window.


Something happens, but what? Maybe nothing. We just follow the character. Why is he interesting? He wants to communicate, he wants to tell us something; something that matters to him. Maybe we don't want to listen, or we don't care. We should care. Yes we should. That seems to be precisely the problem, that we don't. He insists, he tries, he perseveres. We insist, however, in not listening. We have other things to do. Better things to do. But what? What is more important than listening to someone? Than trying to undestand someone? Then it becomes something else. We become something else. What? What we are, perhaps. What we invariably are: flesh and bone. And no soul, of course. Why would there even be one? We are born, then we die. Simple as that, nothing else. Then the light. The play of light, I should say; at the appropriate time. Not always there, but then...
The playful, joyous light that graces the page in such a way...yes, in a magnificent way! Something or other; at certain times something, at other times: other. Or the light. But when there is a purpose, something happens; it expresses itself in the shadows, in the faces, in the shadows of the faces, when the music stops, an instant after the sun sets behind the ships. Life goes on and we don't seem to mind. Should we care? Should we say what we want? When the light plays on, when the day draws to an end, and the shadows hide beside the tree. And they wait while we sleep, while we dream in the darkness of march. 

Market Street (una mañana)

Hace días, andando despreocupadamente por una concurrida y amplia avenida en el centro de San Francisco, sentí (o presentí) de pronto que la mañana fresca se abría frente a mi; para mi, vasta y azul. El color del aire era ligero y se podía palpar; dejaba un agradable sabor bajo la lengua, como a bosque o a pera. El sentimiento se agudizaba con el avanzar de los pasos, como esas veces en que despertamos de un agradable sueño con un gesto de sonrisa en la boca y el resto del día nos parece más liviano y soportable. El paisaje citadino era el mismo de siempre: altos edificios de características semejantes, algunos evidentemente mas viejos que otros, pero todos dispuestos en proximidad tan cercana que a veces se hace difícil distinguir las esquinas. La vereda se encontraba, como cada mañana, poblada de personas con andar obstinado y veloz, yendo y viniendo en todas direcciones. Una mujer de figura frágil y abrigo blanco atraviesa la calle con un caminar peculiar que llama mi atención, hasta descubrir,  finalmente, que la mirada clavada en el pavimento y el levantar, a cada paso, de su pierna derecha en un gesto de cautela casi cómico, se deben al peligro que le supone una desatención que pudiese culminar en un tacón hundido en alguna de las vías que atraviesan el centro de la avenida, por donde pasa el tranvía siempre atascado de turistas que se dirigen todos al mismo lugar. La observo hasta que logra cruzar la calle sin contratiempo. Unos pasos mas adelante, como resultado de la topografía mercantil en perpetuo cambio, paso frente a un restaurante de comida rápida, seguido por un hotel elegante de cinco estrellas, afuera del cual se yergue en posición de descanso un hombrecillo uniformado, de estatura mediana y hombros anchos, resuelto a abrirle amablemente la puerta al siguiente huésped que se aproxime. Caminé unos pasos mas y, recordando que mi destino me obligaba a tomar el llamado BART (de otra manera conocido como subterráneo o metro), casi me dispongo a bajar por las siguientes escaleras que se me presentaron, por uno de esos agujeros oscuros y enormes que son las entradas del subterráneo, dispuestas de manera estratégica a lo largo de la ciudad. Sin embargo, después de meditarlo un poco, decidí que había tiempo y, aunque el frío obligaba a hundir las manos en los bolsillos y a esconder el cuello entre los hombros, la función no había terminado aun; apenas un brevísimo indicio del primer acto.     

Descomposición

A veces uno busca donde se sabe no hay nada
A veces uno busca donde se sabe no hay
A veces uno busca donde se sabe
A veces uno busca ¿dónde?
A veces uno busca
A veces (solo a veces)

Monday, July 11, 2011

¿Para qué escribir?

¿Para qué escribir?

Partir de una pregunta es siempre un buen comienzo.

Partir de una pregunta para ahondar en algo, para profundizar, para intentar comprender, para analizar, para indagar en algún fondo inconmensurable de nuestro espíritu, para escrutar la mente y el alma.

Decido comenzar entonces este blog con una pregunta; una pregunta al fin y al cabo muy natural, dada la razón de ser de este espacio cibernético. Así pues:

¿Para qué escribir?

La pregunta al parecer es sencilla; la respuesta, sin embargo, no lo es. No obstante, debemos buscarla en el fondo del corazón y no entre las galerías de espejos que constituyen el intelecto de cualquiera.  


Sí, claro, es sabido que la misma interrogante ha sido formulada miles de veces a numerosos poetas, novelistas, dramaturgos, periodistas de todo tipo, y en general, a muchos de esos seres que como yo,  sienten  la necesidad extraña pero pugnante de sumergirse en ese oscuro mundo laberíntico de la escritura.

Hermann Broch aseveraba que se escribe para descubrir algo, mientras otros como Kafka escribían por desesperación. O como Bruno apuntaba—uno de los personajes a los cuales Ernesto Sabato dio vida en su novela Abbadon el Exterminador—, “Escribir al menos para eternizar algo: un amor, un acto de heroísmo como el de Marcelo, un éxtasis”. O quizá también, como respondió el mismo Sabato en una entrevista un día, diciendo que escribía para no morirse de tristeza en medio de ese país desdichado, el suyo, que era la Argentina.   


La verdadera respuesta (la de cada uno), me da la sensación, la encontramos cada quien en la escritura misma. No es una respuesta simple, ni mucho menos definitiva; y aunque en ocasiones la busquemos con todo el rigor de nuestro corazón y nuestro intelecto, la respuesta concreta nos elude siempre. En última instancia, lo único que se nos presenta es un simulacro de respuesta. Solo la vislumbre de su sombra cuando ya ha partido.

En todo caso escribir para seguir buscando; para correr tras la sombra que se aleja en la espesura de la tarde.

Escribir porque las palabras son como almohadas de plumas que nos permiten descansar la cabeza cuando el peso de la vida nos oprime el pecho.

Escribir porque el cuerpo entero nos lo pide; porque el corazón se pone de rodillas delante nuestro.

Escribir porque algo hay que hacer para librar la mente de los pesares que se acumulan implacablemente.

Escribir para entender. Porque entender nos da la paz necesaria para seguir preguntándonos de qué realmente se trata este turbio negocio de vivir.

Escribir parar eludir la estasis en el cerebro, causada por el peso de la sangre que se niega a correr más.

Escribir para estar en otra parte, para entrar en esos reductos nebulosos de aquel que somos o que fuimos, de aquel que estamos en proceso de ser.

Escribir entonces por todo esto y, a pesar de todo esto, seguir escribiendo.

Primer Post

Todo comienza por un principio. He aquí: