Me parece interesante la manera en que ciertas palabras, a lo largo del tiempo, y por razones que muchas veces parecen más caprichosas que lógicas o sensatas, van adquiriendo paulatinamente matices y/o significados que difieren brúscamente de su intención original. El lenguaje es sin duda un fenómeno que va tomando forma con el pasar del tiempo, que se abre camino, que absorbe influencias y rechaza el estancamiento, que es maleable y poroso, y que va adquiriendo la impronta que cada pueblo y civilización le va adjudicando. Nuevas palabras surgen constantemente, mientras otras tantas caen en desuso y, otras más, simplemente evolucionan, transformando su significado. Un vistazo rápido al Quijote de Cervantes pone en clara evidencia esto. Por otro lado, esto es un hecho que sin duda esta acorde con la naturaleza fluctuante del ser humano. Resulta entonces lógico que, el lenguaje, herramienta inherente al ser humano social, sufra paralelamente de semejantes transformaciones evolutivas y vejaciones, de las que a su vez es víctima su fiel usuario. Así pues, no podría ser de otra manera. Sin embargo, lo que resulta profundamente desconcertante es el hecho de que vocablos, que evidentemente han perdido todo su valor a fuerza de ser utilizados sin la menor congruencia o propósito formal, convirtiendose en algo hueco y sin vida, sigan no solo existiendo, sino siendo utilizados de manera profusa y sin el menor recelo, por seres carentes de la menor claridad mental, o la mas vaga concepción sobre lo que sus gargantas, labios y lenguas pronuncian.
Quiero hablar, dada la situación poselectoral en México, sobre un termino en particular: la palabra democracia. La Real Academia Española en su primera acepción define al termino como, "doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno". Esto, esta claro, se aleja mucho de la realidad política imperante en México. Esta claro también, que difícilmente podríamos recordar una época cuando esta situación haya tenido lugar en nuestro país. Pero, un momento, quizá nos estemos adelantando; quizá nuestra memoria nos juegue alguna mala pasada, después de todo, quién podría recordar tanto, quién habría vivido tanto como para conocer toda la historia de México, quién, además, estaría tan preocupado como para querer hurgar en ese oscuro fondo sin fondo. Digo, hay cosas mejor que hacer—y esto lo saben bién los políticos—que andar indagando en estas cuestiones sin sentido, sin salida. La definición de la Academia, al fin y al cabo no es tan precisa; es decir, la palabra "doctrina", ya del comienzo nos causa problemas. Una doctrina puede tener muchas características o ser de diversa naturaleza, y la primera imagen que irrumpe en mi conciencia es la de un sacerdote impartiendo un sermón, no la de un político en pleno discurso. Al cabo es lo mismo, me dirán. No me opondré, pero la palabra que más angustia me cause es la tercera, es decir, la palabra "favorable", que tampoco esclarece muchas cosas. Favorable ¿a qué? o ¿a quién? A unos cuantos políticos, sí, de eso no cabe duda.
Pero la definición nos dice que debe ser "favorable a la intervención del pueblo", es decir, que si el pueblo toma valor y decide intervenir, entones saldrá favorecido. Vamos bién, aunque no entiendo la necesidad de que intervenga el pueblo, porque si de verdad existiese la democracia, pues no habría necesidad de intervención alguna. Además ¿en qué habría de intervenir? Bueno, en esto la definición es clara: "…favorable a la intervención del pueblo en el gobierno". O sea que, la democracia, una vez instituida, admite favoritismo, preferencia, predilección sobre el pueblo que interviene en los asuntos referentes al accionar de su propio mandato, o la ejecución de su propio destino. Me pregunto si existirá por ahí algún instructivo olvidado que describa en detalle la metodología para ejercer de forma adecuada y certera dicha intervención en el gobierno. Porque sospecho que algo anda mal con los mexicanos; que algo ha andado mal desde hace mucho tiempo, de otra manera no me explico tantas intervenciones fallidas del pueblo. México 68, por ejemplo, o el conflicto en San Salvador Atenco en 2006, para no ir tan lejos. Porque si alguien ha salido fuertemente desfavorecido ha sido precisamente el pueblo. Ahora que, si me apuran un poco, las recientes elecciones presidenciales no son ciertamente el ejemplo mas claro del pleno ejercicio de la democracia; o sea, la intervención más favorable del pueblo en el gobierno. Quizá tengamos que poner en tela de juicio nuestras intervenciones pasadas, para no volver a caer en los mismos errores, hundirnos en los mismos baches. O de plano instar a alguien a hacer las llamadas correspondientes para que la Real Academia realice los cambios pertinentes, y así no tengamos que revolcarnos del coraje cuando un ignorante político utilice la palabra democracia treinta veces en un discursillo mediocre de dos minutos, con el cual es evidente no convence a nadie. O habría tal vez que cuestionar a los griegos sobre sus intenciones originales, pues resulta obvio que algo se guardaron en los bolsillos, o quizá sencillamente no anticiparon la perspicaz audacia del político mexicano para subvertir, con decisión absoluta, todo intento de progreso común. Al final de cuentas, quizá no sea tan grave, quizá solo haya que aceptar que la idea de la democracia es una absurda utopía como toda ideología política que merezca consideración, y seguro hemos sido muy ingenuos al creer que la historia se olvidaría de sí misma, que los antiguos griegos se acordarían de nosotros, que nuestro intento de intervención en el gobierno nos favorecería finalmente.